lunes, 25 de abril de 2016

Melville en Mazatlán

Cubierta de la bellísima edición
todo escritor es un poeta. Como el aceite de su lámpara, la poesía es la llama perseguida por quien se enfrenta a las palabras.
Herman I (pp. 89-90)

Melville en Mazatlán (Ardiente Paciencia, 2015) es una obra de teatro (en un acto) de Vicente Quirarte (Ciudad de México, 1954). Se estrenó hace unos meses en el en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz, del Centro Cultural Universitario (CCU), en la Universidad Nacional Autónoma de México. Esta tarde a las 19 h. (hora mexicana), Arturo Ríos y Elena de Haro llevarán a cabo junto al autor una lectura dramatizada de la misma, en El Colegio Nacional.

            Herman Melville (1819-1981) es un referente para Vicente Quirarte. Las obras del estadounidense, entre las que destacan las clásicas Moby Dick (1850) o Barleby, el escribiente (1853), permean en las del mexicano. Desde su primer poemario, Vencer a la blancura (1982), Quirarte se plantea completar la página a la que se enfrenta como un capitán a lomos del Pequod.
            Parte de los poemas de Quirarte se encuentran en Como a veces la vida (Pre-Textos, Valencia). Esta antología concluye con un poemario que vio la luz en 1985: Bahía Magdalena. Así termina: «En ese vaivén entre el sueño y la vigilia, volverá la línea que ondula, se quiebra, estalla en un resoplido caliente, salvaje y espumoso. Como a veces la vida».
            Treinta años después, en 2015, el poeta se embarca de nuevo al mar que nos vendieron en la infancia. Melville en Mazatlán conjetura la historia del autor de Moby Dick, doblemente. Herman I tiene sesenta años; Herman II, veinticinco. Ambos se sientan en la misma banca de Battery Park, Nueva York, donde exploran «las fronteras entre la vida y la creación» (17). El doppelgänger que Quirarte teatralizó hace diez años, siguiendo una vez más a Arthur Rimbaud en Yo es otro: (sinceramente suyo, Henry Jekyll), desemboca en la costa de Sinaloa, frente a Baja California Sur. Como hizo con Oscar Wilde en El fantasma del Hotel Alsace (2010), el «hotel The Melville de Mazatlán» (2015: 101) sugiere una escena que conjuga la historia con y sin mayúscula, el elogio de la vida, la poética, el humor y la precisión sintáctica. Así empieza:

Herman II: Mazatlán. Ma-za-tlán, Ma-za-tlán. MAZATLÁN.
Herman I (despega la vista del periódico y voltea a ver al joven).
Herman II (sin voltear a mirarlo, absorto en su tarea): Mazatlán… Ma… za… tlán.
Herman I: ¿Me habla a mí? (26)

Dos personajes encarnan a Melville. Uno es pausado, sabio y escuchante; el otro, descarado, intrépido y escribiente. Ambos tienen en común el gusto por la palabra y sus horizontes vitales. ¿Terminarán por reconocerse?
            Hoy tenemos la oportunidad de escuchar esta historia en boca del propio Quirarte, a las 19 h. en El Colegio Nacional. Para quienes nos separa el agua salada, la tecnología lo retransmitirá en directo desde la web.



            De Melville en Mazatlán han escrito algunos comentarios. Xalbador García comenta cuidadosamente la obra, definiéndola como «una deliciosa pieza que nace del guiño entre ficción y realidad, el cual se da entre el puerto mexicano y el novelista neoyorquino». Por su parte, El Club de los Espíritus Sangrantes analiza pormenorizadamente las virtudes del texto y los riesgos de la puesta en escena, concluyendo que «Vicente Quirarte maneja con maestría su oficio». Al respecto, destaca la entrevista de Héctor Guardado, según la cual «Quirarte se imaginó que Melville había concebido Moby Dick en las horas de espera sobre el buque anclado frente a las playas». Mina Santiago describe el trabajo del autor de La Invencible: «intenso y turbulento como el mar».
            Y es que la escritura resulta una navegación. Melville en Mazatlán compara con honda agudeza el éxito y el triunfo (cfr. 50) o la felicidad y la plenitud (cfr. 82). Quirarte, una vez más, hereda y renueva la tradición, surcando, por ejemplo, el «amargo mar» (59, 109) del varado Gilberto Owen o rescatando de forma paródica la negación más repetida:

Herman I: Preferiría no hacerlo.
Herman II: ¿Cómo lo sabe? ¿Cómo puede llegar a esa consecuencia… absurda? (92-93)

Los consejos del primer Herman trazan la poética de Melville (y quizá también de Quirarte):

Herman I: […] Hay que tener más miedo del que aparentamos para tener más valor. Lo importante es ser uno pero al mismo tiempo ser los otros. El talento no tiene edad. Mucho menos su hermano mayor y menos frecuente, el genio. Claro que se necesita leer. No muchos libros. Pocos pero bien.
Herman II: ¿Cuáles? (82-83)


La respuesta es inevitable y sobrada, como la ballena. Vicente Quirarte enfrenta en Melville en Mazatlán la joven madurez con la ilusión experta, y viceversa. En unas horas, en El Colegio Nacional.

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