jueves, 31 de diciembre de 2015

La isla tiene forma de ballena

La isla tiene forma de ballena
La isla tiene forma de ballena. Al desplegarse oblongamente, rinde homenaje al animal de cuya entraña se obtiene aceite que ha proporcionado la luz más pura a casas de Manhattan, ámbar gris para fijar perfumes, lubricante que aumenta la precisión en los relojes.
Vicente Quirarte («Obertura Nueva York», La isla tiene forma de ballena, p. 25)

A Patricia Compeán

La isla tiene forma de ballena (Seix Barral, 2015), de Vicente Quirarte (Ciudad de México, 1954), es una novela sobre los mexicanos en Nueva York en los años sesenta del siglo xix. La Historia la cuenta un poeta que (re)crea las epístolas de Margarita Maza y conecta lo ocurrido con lo que pudo ocurrir a partir de un fantástico trabajo de investigación.

            Me da la impresión de que 2015 ha sido un buen año para Vicente Quirarte. Dos noticias, entre muchas otras, así lo demuestran: su ingreso en el Colegio Nacional y la publicación de su primera novela. Para quienes lo leemos no puede pues ser sino un curso inolvidable.
            Hace un mes el poeta mexicano presentó La isla tiene forma de ballena. ¿Puede un poeta escribir una novela? Puede. Y debe. Solo de este modo, entre géneros, se aprecia y destaca su oficio, su precisión y su capacidad para transformarse en el otro que es él mismo. Además, la investigación enriquece el texto, otorgándole unos andamios (invisibles) que sostienen el peso de uno de los acontecimientos más trascedentes y menos estudiados de México: su relación con Estados Unidos alrededor de 1860. La bisagra que conecta las dos mitades de este siglo que tanto ha estudiado Quirarte le permite abrir las puertas del diálogo, la descripción, la narración, la acción, la reflexión, la epístola, la realidad, la ficción e incluso el poema (si es que este no es la suma y la virtud de todo lo demás).
            Los personajes de esta historia (algunos reales, otros ficticios) cuentan con una voz personal. La sintaxis y las palabras son distintas entre ellos, dependiendo de su contexto. Las cartas que Margarita dirige a Benito son de pasión e incertidumbre. Así concluye la primera de Quirarte:

Nueva York, 31 de agosto de 1864

Ya termino esta carta, mi Juárez. Nada más te digo que caminé por la Quinta Avenida y me detuve buen rato a pensar en ti y en México frente a los cimientos de la catedral de San Patricio. Me pareció un buen lugar, porque me contaste sobre el batallón de ese nombre que nos ayudó contra los gringos en la guerra. Recibe el abrazo de tu esposa y el de tus hijos todos,

Margarita (21).

Los hijos todavía eran «todos». El día de San Patricio sigue homenajeándose a los irlandeses, entre otros, que murieron por México. El conflicto todavía trae cola (¿blanca?). Balbontín le explica a Casanueva que «el problema surge desde la denominación del conflicto. Aquí, en Estados Unidos, niegan que haya habido una guerra» (83). Los protagonistas del Club Liberal Mexicano tienen algo de Quijote y Sancho. Las armas y las letras, y viceversa, entretejen la Historia. Quirarte cita a Cervantes (103, 131), entre otros muchos personajes literarios.
            Lo mejor de la novela son los capítulos, es decir, las pausas que se establecen entre los textos, con sus inicios descriptivos (captando la atención de un tema quizá complejo) y sus finales redondos (donde la sentencia última abre un paladeo de imágenes). Esta estructura recuerda a la máxima del que posiblemente sea su mejor poemario, Zarabanda con perros amarillos: «El álbum fotográfico no miente./ Pero la vida sí» (2004: 40).
            Los espacios en los que y sobre los que Quirarte escribe tienen mucho que ver con la cantina. Ahora bien, la taberna de La isla tiene forma de ballena, «Pete´s Tavern», es la opuesta a La Invencible, presente en su obra homónima, en nuestra opinión su mejor «poema».
            Sin adelantar el argumento del libro, destacamos brevemente algunas características. El humor (inteligente) es uno de los rasgos más frescos de Quirarte, contrastando con la solemnidad de los aspectos tratados. Por ejemplo, Casanueva se dirige a un burdel:

−¿Cómo te llamas?
−Me llamo como quieras. Puedes llamarme como tu novia.
−No tengo.
−Mejor, entonces bautízame.
−Salomé.
−¿Salomé? Me gusta como suena. Está bien, así voy a llamarme para ti.
−Era el nombre de una reina que le cortó la cabeza a san Juan Bautista y que…
−No eches a perder el nombre. ¿Por qué no mejor vamos arriba? Allá me sigues contando (134-135).

¿Cabe lo bíblico en un prostíbulo? El poeta mexicano renueva la tradición, ofreciendo algo nuevo y, por tanto, distinto. En la literatura mexicana contemporánea se aprecia un vínculo entre la muerte y la comedia que ya arribó a La isla…: «−Estos gustos nuestros, macabros, tan mexicanos, nunca los entenderían nuestro amigos neoyorquinos» (173). Como vemos, hace casi doscientos años, las costumbres eran iguales y distintas, dependiendo del espacio y el tiempo; el viaje supone entonces un vínculo entre México y EE.UU. que hoy sigue uniendo dos ciudades, dos islas que nos acogen y nos devoran.
            El padre de Vicente Quirarte, el historiador Martín Quirarte, está vivo en este libro. Después de leerlo dan ganas de seguir escuchando al poeta entre sus estantes, un domingo, entre la tarde y la noche, ya en 2016, pero con el pasado aún latente.
            José Arenas (a quien el poeta agradece «su invaluable ayuda y compañía para conseguir el dato oculto o el hallazgo bibliográfico»)» habla de Quirarte como un «humanista del siglo xxi». Estoy totalmente de acuerdo: es un amante de las artes que hilvana la lectura y la escritura del héroe y el superhéroe, del mar que esconde a Moby Dick a las coincidencias que cada día nos reflejan y, ojalá, sirvan para mejorar(nos).
            ¿Debe un poeta escribir un poema? No, si lo es. Es decir, si realmente es poeta no necesita acudir a la convención (al poema) para expresar de la mejor manera posible una necesidad: ya sea el testimonio amoroso o la historia de la Historia. Quirarte da un paso más con esta novela. Y por ello no comparto (al menos del todo) la última línea de la contracubierta, donde se le presenta como «uno de los narradores mexicanos actuales de referencia». Aunque «narrador» y «poeta» tengan más de sinónimos que de antónimos, creo que la profesión y el destino que mejor definen a Vicente Quirarte es el de poeta, como también y tan bien se puede advertir en La isla tiene forma de ballena.


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